I EN EL UMBRAL
Todo es paz. Negro es el tiempo
sobre el rostro de la tierra.
Todo aguarda estremecido
con un sin-saber la espera.
Ella se asoma a la noche,
temblorosa de riberas,
y el aire se arrobó todo
y se deshizo en la alberca.
Su mano -nadie lo sabe-
está mullida de estrellas,
posada sobre la paja
con una blancura quieta.
Hay unos brazos de obrero
detrás de una sombra vieja.
Hay una luz clarinoche,
derramada por la aldea.
II LLEGÓ
Cerró los ojos la madre,
la miró sin voz el viento,
durmióse el hombre olvidado,
quebró la noche su miedo.
Sobre una mejilla ruda
corre la luz hecha tiemblo:
José en éxtasis. María
acuna en sus ojos nuevos
la infancia misma riente,
bollitos en pan de cielo;
ese aroma inenarrable
hecho de nanas y besos,
ese percal empapado
con valor bullente y lleno.
La sombra adulta en la cueva
arropa niñez y suelos.
III NOS QUEDA
Descansa, mi Niño, ahora,
sorbo de luz en mi cuenco.
Bebe una paz pequeñita
dormido sobre mi seno.
Oye ahí, desde mi vida,
ese palpitar incierto
de las cosas que te miran
reverberantes de anhelo.
Yo soy poco. Pero el aire
me dará su canto viejo
que acaricie y que te acune
con olor profundo a fresno.
Yo soy nada. Pero el agua
me va a dejar su misterio
para copiar en la noche
la risa de los luceros.
Soy muy débil. Mas José
te recortará un velero
de una nube en el celaje
con mástil y marinero.
Mi Niño, la noche es negra,
vierte en mí tu desconsuelo.
Sé que todos tus hermanos
no saben que estás con ellos.
Pero mírate en mis ojos
que tienen luz de riachuelo...
Pedro Miguel Lamet, SJ
Del libro: "El alegre cansancio" - Madrid, 1965
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